Rambla de Catalunya - Junto a Diputación de Barcelona
El dragón que Gaudi diseño en la verja de entrada a los Pabellones Guell, sirvió de inspiración para el logotipo del festival.
A finales de los años 80 Barcelona inicio la celebración de un festival anual de cine internacional, a imagen y semejanza de los que se veían en Cannes, Venecia o San Sebastian. La ciudad luchaba por recuperar los años perdidos durante el franquismo e intentaba proyectarse a nivel mundial como un referente cultural y turístico. Se vivía la antesala de la Barcelona olímpica.
El proyecto no funciono ni comercial ni económicamente y el Festival de Cinema de Barcelona acabo desapareciendo al cabo de unos años tras una larga crisis y numerosos cambios en su formato. El sueño de ver desfilar por la alfombra roja a las estrellas de Hollywood se esfumo del todo. No obstante aquello dio la oportunidad a que la ciudad se centrara en atraer un cine de menor calado comercial, quizá mas minoritario, pero de mas calidad. De ese modo Barcelona se ha convertido hoy en sede de numerosos festivales de cine independiente, documental o experimental como el DiBa (cine digital) el Docupolis (documentales) l'Alternativa ( Cine Independiente) el In-Edit Beefeater (cine documental) o el FCJ (cine judío)
De aquella experiencia fallida que fue el Festival de Cinema de Barcelona es difícil encontrar rastro ni tan siquiera en internet. Pero en el suelo de Rambla Catalunya podemos encontrar una placa que recuerda una iniciativa llamada "Manifest de Barcelona" íntimamente ligada al certamen.
El Manifest de Barcelona fue una idea tan bien intencionada como utópica nacida en el seno del primer Festival de Cinema. Se trataba de un manifiesto firmado por destacadas personas del mundo del celuloide, en el que se pedía que las películas fueran estrenadas en los cines tal y como fueron realizadas por sus autores, sin censuras, sin recortes, sin cambios. El Manifest acabo tan olvidado como el propio festival en el que nació. La industria del cine no estaba ni esta para romanticismos ajenos al negocio.
El Festival se desarrollo en sus primeras ediciones alrededor de los cines de Rambla Catalunya como "El Alcazar" "Savoy" o el "Alexandra" El 19 de julio de 1987, fecha de la inauguración del certamen, se coloco en el suelo de la Rambla de Catalunya, a unos pasos de la sede de la Diputación, una placa en la que se leía en catalán e ingles:
"Manifiesto de Barcelona - Nosotros como directores de cine, exigimos como derecho moral, que nuestras películas lleguen al espectador tal y como fueron concebidas originalmente"
La publicidad de la época afirmaba que si Hitchcock siguiera viviendo también se habría unido al Manifiesto. No lo sabremos nunca, pero lo que si sabemos es que en el listado demas de 700 firmantes había personajes tan populares como Woody Allen, Pedro Almodovar, Paul Newman, Bernardo Bertolucci, Brian de Palma o Roman Polanski.
Recuerdos de una ciudad que quiso y no pudo ser.
Un pequeño vástago, malogrado, de la Barcelona post-transición que se preparaba para crearse una piel de escaparate, de la mano de la modernidad pre-olímpica. Desde entonces han sido creados, aquí y allá, múltiples festivales de cine con más o menos fortuna que el desaparecido de Barcelona. ¿Para qué? La mayoría no aportan nada, si no es permitir a sus ciudadanos la visión de películas de difícil estreno. Pero para eso basta con invertir ese dinero (miles de euros, muchas veces la contabilidad es bastante opaca) en un apoyo sostenido durante todo el año a una sala municipal. Pero, claro, lo que se ambiciona, y se ambicionaba en el de Barcelona, es hacerse un nombre. No cualquiera es Berlín o Venecia, no digamos Cannes; que se lo digan al de San Sebastián, que le cuesta Dios y ayuda mantenerse por encima del de Toronto.
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